Más que un alarde de virtudes propias, el clásico pronto se convirtió en una forma de horadar las debilidades ajenas, las baloncestísticas pero también las mentales. A Chus Mateo no le salió mal la inclusión de Rathan-Mayes, al que ha tenido fuera de rotación últimamente. Un talento ofensivo reconvertido en perro de presa, pura agresividad, que consiguió estorbar lo suficiente a Kevin Punter. Pero fue la entrada después de Mario Hezonja lo que empezó a decantar el encuentro. Tenía que ser precisamente él.
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El tipo que marcó el verano, el que parecía azulgrana y luego siguió de blanco. Buena parte de la confección de las plantillas actuales de ambos equipos tiene que ver con el esfuerzo económico que hizo el Madrid por retenerle y lo que se ahorró el Barça al no ficharle y tener que apostar por otros. El croata asestó un triple sobre la bocina y otro justo al comienzo del segundo acto que supusieron el primer aviso local (24-15). Esa iba a ser la tónica, el Madrid, el de Tavares y Campazzo, el del enésimo récord de Llull (620 partidos en ACB, superando a Felipe Reyes como el madridista con más), en cabeza.
Pero el Barça no sucumbió a las primeras de cambio. Se aprovechó del que sigue siendo el principal punto débil del Madrid actual, el abismo de juego que hay con Andrés Feliz a los mandos (o sin Campazzo en pista, que es lo mismo). En un abrir y cerrar de ojos se vinieron arriba los azulgrana con un 0-10 de parcial y Jabari y Satoransky creciendo, pero de nuevo Hezonja fue el bastión blanco para que la ventaja se mantuviera al descanso (34-31).